Corín Tellado: el amor fue inventado en Asturias

Ante Corín Tellado, los varones de mi generación sólo tenemos dos caminos.
El primero es confesar honestamente que la leímos, y amenguar el efecto de esta revelación explicando que no había otra lectura además de “Vanidades” en la sala de espera del dentista.
El segundo es llevarnos a la tumba ese secreto.
 
Para no tener que incluir esa confesión en mi testamento, declaro aquí solemnemente que  leí a Corín, o más bien que devoré con avidez todo lo que de ella cayó en mis manos dentro de mi irrefrenable adicción juvenil a la lectura.
 
Al entrevero con sus novelas llegaron hasta mí, entre los 13 y los 15 años de edad, las interminables aventuras de los mosqueteros, los bandidos silenciosos y certeros del Lejano Oeste y los libros de detectives en los cuales el asesino era por obligación aquél de quien nada podía sospecharse.
 
Mi vanidosa soledad me hizo vivir fuera de este mundo y, como lector, no tuve orden ni receta.  Al mismo tiempo que fui espadachín con los mosqueteros, navegué en barcos piratas con Salgari, formé parte de la tripulación que llegó a la luna con Julio Verne, conocí el esplendor y la miseria de las heroínas de Balzac, aplaudí las osadías del Caballero de la Triste Figura, leí los Episodios Nacionales de Pérez Galdós, vagué por San Petersburgo con Dostoievsky y posiblemente fui asesinado en alguna de las batallas de Tolstoi.
 
Pero… en medio de todas esas páginas, pocas veces encontré mujeres más de carne y hueso que las heroínas de Corín Tellado.
 
La primera novela de esta asturiana de Gijón data de 1946 y pertenece a una España hundida en la exasperante pobreza de la postguerra. Es obvio que las españolas de entonces y sus coetáneas hispanoparlantes del otro lado del mar no conducían descapotables ni se convertían de pronto en prósperas y desinhibidas empresarias. Por el contrario, en vez de “haber leído los siete tomos de psicología” sentían que la universidad no se había hecho para ellas y en vez de tostarse con insolencia y descaro en la Costa Azul se cubrían la cabeza con una modesta mantilla antes de entrar en la iglesia.
 
Sin embargo, lo que Corín Tellado retrata es lo que esas mujeres desean ser y hacer, y lo que propone es un cambio tan veloz como un huracán para una mujer que en esa época sólo podía ingresar en el mundo del trabajo como enfermera, peluquera, maestra, secretaria o modista.
 
Su invento –la nueva mujer española- se parece a ella. Amanece de súbito conduciendo una empresa, manejando coches y dinero y negociando con los hombres mientras “prende largos pitillos y se envuelve en abrumadoras bocanadas de humo.”… Y no tan sólo eso: en el terreno de la relación afectiva, no es  una resignada acatadora del vínculo indisoluble. Si el hombre que duerme a su lado es un mediocre o no comparte sus sueños, es capaz de darse cuenta de ello e incluso de hacérselo saber. De hecho, el trabajo frenético fuera de casa es la primera forma de su rebelión. Era muy difícil, por cierto, que aquello culminara en el divorcio porque la censura del gobierno y la de la propia editorial se encargaban de impedírselo, pero lo que no podía decir, lo insinuaba… es decir casi todo.
 
Corín es su propio personaje. Como no estaba desesperada por casarse a los 18, lo hizo después de los 30. Cuando reparó en que su marido “no la conocía”, lo abandonó. Su trabajo infatigable le deparó dos libros por mes y algún dinero así como un serio conflicto judicial. Frente a la demanda multimillonaria de la editorial Bruguera para que continuara escribiendo por un sueldo muy bajo, tuvo que armarse de coraje y de paciencia, y escribir mucho más. Sus nuevos personajes aparecieron entonces más corinizados que nunca.
 
Sin romper con las estructuras sociales de la época, los libros de Tellado- en los que abundan mujeres separadas, independientes y trabajadoras-  preparan a la española para los cambios modernos que llegarán mucho más tarde.
 
Y todavía hay algo mayor que eso, En la España que prohíbe los besos en la calle, las novelas “rosa” los reparten a raudales. En medio de los serenos que custodian la moralidad de los vecinos y mientras las familias deben preocuparse primero por la diaria supervivencia, la escritora asturiana  reinventa el milagro del amor imposible y da paso a los enamorados para que superen todas las trabas y se hagan dueños del mundo.
 
La subestimación de ese género literario procede muchas veces de los celos. Debería ser aplaudido el género y la autora porque muchos analfabetos dejaron de serlo para leerla y porque la gente de la postguerra, tan necesitada de bienes elementales, consumió con avidez historias de amor cuyo desenlace querían adivinar. Todos, los lectores de entonces y los que vinieron después, comenzaron a creer en el amor como un insuperable cataclismo, superior a toda la grandeza y la miseria humana.
 
¿Tiene vigencia ese concepto de amor ahora? Se puede suponer que no, en una época de “dates” apresurados, de monogamia serial y de corazones cerrados que declara cursi todo lo que no puede sentir… pero los tiempos cambian.
 
En el siglo XI, el amor cortés- o sea el amor, con el elemento de libre decisión que le atribuimos actualmente- fue inventado en las cortes de Provenza. En el XX, lo reinventó una pequeña dama asturiana frente a una vieja máquina Remington y a una ventana por donde entraban las nubes y los colores del mar Cantábrico.
 
Algunos piensan ahora que ese tipo de sentimiento ya no existe, pero no hay que confiarse tanto de los asturianos. Podrían reinventar el amor otra vez más. Cuando la invasión árabe, ellos inventaron España, y porfiaron en ese invento más de setecientos años hasta el día en que el rey moro abandonó entre lágrimas Granada.

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Este artículo ha sido seleccionado y parcialmente escrito e ilustrado por Inteligencia Artificial (AI) basado en noticias disponibles.

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