Hasta pronto, hijita, por René Gastelumendi

“Cantaste el himno nacional, te lo sabes, quién diría que iba a valorar ese detalle de identidad, como la comida peruana que te gusta. Nos fuimos a Pacasmayo, ese fue el clímax. Aprendiste su nombre, paseamos entre sus casas republicanas, el club, el malecón, vimos puestas de sol…”.

René Gastelumendi

Donde tú vives, ahora, hay sol, casi siempre, hay calor, tormentas, a veces huracanes. Hay quienes dicen que es un sol que te obliga a ser feliz, que frivoliza todo, pero Miami es mucho más complejo que las poses turísticas.

Dejaste la humedad, la neblina y el caos de Lima, por otro tipo de mar y otro tipo de caos. Donde tú vives, viven comunidades de todos los países de Latinoamérica, en especial cubanos, argentinos, brasileños, colombianos, venezolanos y peruanos como tú. Es un híbrido Miami.

Miami es la idiosincrasia latina en el sistema gringo, plasmada por aquellos que huyeron de sus dictaduras, de sus crisis económicas, de la justicia o porque simplemente se fueron, como tu madre. En un pedazo de playa, en un mall, en una autopista, uno no sabe de dónde es quien, hasta que los escucha hablar, porque Miami es de todos y de nadie.

Súmale rusos, agrégale haitianos y judíos de diversos orígenes cuyo dilema es pertenecer a sus comunidades religiosas o de procedencia. En Florida los mendigos suelen ser descendientes de británicos que llegan de zonas más frías de EE. UU., y algunos afroamericanos, también hay mendigos allá.

Eres bilingüe, desde que naciste —nativa— como se dice. Piensas en dos idiomas, sueñas en dos idiomas, como los hijos de los migrantes que te rodean por donde vayas o donde vayamos cuando te visito. Me encanta cuando aclaras que eres peruana, en ese “star wars” latino en el que vives hace dos años. Me encanta que sepas los nombres de los presidentes de tu país, en el que acabamos de estar juntos por un mes y medio maravilloso, de cuento.

Te trajeron por primera vez desde que te fuiste, en un vuelo humanitario en plena pandemia. Te reencontraste con tu ciudad, con tu Lima, con tus amigos del cole, con tus primos, primas, a quienes reconociste y conociste, como tus raíces que son. Cantaste el himno nacional, te lo sabes, quién diría que iba a valorar ese detalle de identidad, como la comida peruana que te gusta.

Nos fuimos a Pacasmayo, ese fue el clímax. Aprendiste su nombre, paseamos entre sus casas republicanas, el club, el malecón, vimos puestas de sol, recorriste mis pasos con tus propios pasos, te aferrabas a mí en el tumulto de las fiestas.

Mi abuela de 90 años te tuvo entre sus brazos. Imaginé a tu abuela, mi madre, observándonos desde algún lugar que yo no sé si existe, pero que lo podemos inventar. Luego te fui a dejar, no nos aburrimos nunca, haciéndote dormir. Ayer empujaste mi maleta hasta el taxi, un par de lágrimas, solo un hasta pronto. Llegué a nuestra casa y encontré juguetitos, ositos, princesas. Tú estás aquí, yo estoy allá.

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Este artículo ha sido seleccionado y parcialmente escrito e ilustrado por Inteligencia Artificial (AI) basado en noticias disponibles.

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