Preparando otra masacre

USA: Preparando otra masacre

 

            Hace menos de un mes, cuando todavía no enterraban a las jóvenes víctimas de  la masacre de Portland, un individuo errático –quizás drogado- fue visto en la zona de estacionamiento de mi universidad. Alguien dio parte a la policía, pero el hombre escapó. En ese mismo momento, en mi oficina –cuya ventana da a ese “parking lot”, yo escribía mi nota “USA: Una masacre anunciada”.

 

            Al día siguiente, el tipo fue detenido en el concurrido edificio del Centro Estudiantil. Estaba fuertemente armado y no pudo ofrecer ninguna razón para ello. Esta mañana el “Statesman Journal”lo muestra en foto destacada en la primera página de una de sus secciones. ¡Ha hecho noticia…!

 

            Resultaría increíble en cualquier país civilizado, pero aquí, no. Jeff Maxwell se ha convertido en un héroe, y aparece frente al capitolio y a la cabeza de una masa que exige al Gobernador más respeto para los portadores de armas.

 

            Por supuesto, junto al micrófono hay un cartel que pide donaciones para la campaña legal del matón. Apenas haya recaudado algunos fondos, aparecerá el abogado que demande a la policía y a la universidad por la crisis de nervios que ha sufrido el buen Jeff…. Y como ocurre siempre, el abogángster reclamará unos cuantos millones de dólares para curarlo.

 

            Por ahora, según relata el diario, el fiscal ha retirado los cargos contra Jeff puesto que la Constitución protege la tenencia de armas. Por su parte, el Consejo de defensa del derecho a las Armas de Fuego está exigiendo, como también está de moda, que la policía haga una “apology”, es decir que pida disculpas públicas a Maxwell.

 

            En 1997,  en Kentucky, un adolescente de 14 años esperó que terminara la oración matinal del colegio y luego mató a tiros a tres compañeros. Otros cinco resultaron heridos. Al año siguiente, en Arkansas dos chicos de 11 y 13 años abrieron fuego a discreción en su escuela y mataron a cinco niñas y a su profesora. Ese año y en el estado de donde les escribo, Oregon, un muchacho de 17 años liquidó a dos de su compañeros de colegio e hirió a veinte. Al año siguiente, en Colorado, dos muchachos de 17 y 18 años asesinaron a 12 compañeros y un profesor, y después se quitaron la vida. El mes pasado, aquí en Oregon, un joven enfermo masacró a una chica peruana y a una estadounidense, y luego se suicidó…

 

            Y después de todo esto, ¿se puede entender que hoy mismo camine libre el sujeto que la semana pasada rastrillaba sus armas en el campus de mi universidad?

 

            Sí, porque su derecho está consagrado por la Segunda Enmienda de la Constitución, una norma anacrónica que es preciso derogar, aunque para los conservadores pegados a la letra eso signifique algo así como derogar la Biblia. El precepto legal data de 1791 y ofrece armas a los ciudadanos de este país para que puedan esgrimirlas contra un supuesto agresor colonialista británico.

 

Felizmente para los súbitos de Isabel la mayoría de los jóvenes (norte)americanos ignora dónde está la isla y no sabe muy bien qué se celebra el 4 de julio a menos que lo hayan estudiado en la universidad para ganar créditos.

 

La otra “razón” para coleccionar armas y usarlas durante los fines de semana es el deseo de torturar, martirizar, mutilar, dejar inválidos o matar a los pacíficos venados que habitan en estos bosques. Esa diversión también está permitida y es bien vista aquí.

 

Esta tarde mientras venía a casa un par de ojos enormes me miraron con fijeza en el camino rural que tomo en vez de la autopista.

 

Detuve el carro. Era un venado. O más bien una señora Venada. Aceptó con un gesto que le cediera el paso y guió a sus dos venaditos para cruzar la pista. Se detuvieron exactamente donde los niños por las mañanas esperan al bus escolar.

 

Los pequeños venaditos, por traviesos y curiosos, se acercaron a mi carro y comenzaron a olisquearlo.

 

Supongo que les dediqué un cuarto de hora y supongo también que algo me dijeron con el lenguaje del corazón. Debe de ser por ello que escribo sin parar esta nota y, sin que me importen los matones, clamo, ruego, imploro, exijo y ordeno, de una vez por todas, deponer las armas.

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Este artículo ha sido seleccionado y parcialmente escrito e ilustrado por Inteligencia Artificial (AI) basado en noticias disponibles.

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