A Soco, Vicky y Olguita
Erase una vez, una niña tímida y solitaria, temerosa de la gente, de las risas burlonas y de los comentarios maliciosos. Iba por la vida sin confiar en nadie, sin la alegría propia de su infancia, sin el optimismo y la ilusión de su corta edad, sólo le satisfacía ir a caminar sola por el parque.
Hasta que una primavera, contemplando las flores en capullo, sintió la presencia de una personita cerca de ella, se miraron, sonrieron y sin hablar se acompañaron. Al día siguiente se encontraron nuevamente, y al otro, y al otro… ¡ya tenía una amiga! Su tranquilidad, su silencio, su dulzura, su atento servicio, inspiraban confianza en la niña. Las pocas veces que hablaba su amiga nunca la interrumpía, ya que aprendió de ella que «El que poco habla piensa mucho, el que busca la paz individual contribuye al bien común, que cada minuto es un milagro que no puede repetirse.» Sintió que había encontrado su alma gemela y se llenó de confianza en sí misma y en todos los que le rodeaban.
Y llegó el verano, ardiente y fogoso. Una mañana soleada, estaba la niña meditando bajo la sombra de un frondoso ciprés. Su rinconcito preferido del parque estaba ahora poblado de niños. El murmullo era constante e impreciso. Se puso de pie, se ubicó, y lentamente caminó hacia un grupo. Al acercarse la niña, levantaron vivaces la mirada, y una carita, con ojos, labios y manos la invitó a sentarse junto a ella. «Enjuga amiga – le dijo – las lágrimas de tus ojos, y empieza a vocear tu optimismo por el mundo; alimenta la esperanza en los corazones, que esa es nuestra tarea.» Enseguida le enseñó a cantar en coro, a reír en carcajadas, pues esta segunda amiga le demostró que varias voces suenan más que una sola, que la compañía es un tesoro, que solitarios somos débiles y que solidarios, poderosos y felices. Desde ese día en su pequeño mundo reinó la alegría.
Mas llegó el otoño, las hojas de los árboles formaban una alfombra espesa en el solitario parque, en otro tiempo este hecho la hubiera llenado de tristeza, pero ahora no, deseaba asimilar más y más lo que sus amigas le habían enseñado y para que la memoria no osara arrebatarle sus recuerdos, se dispuso a escribir en su cuaderno de notas. Pero alguien le interrumpió diciéndole: – ¿Qué haces?
– ¡Ah! Pues plasmando en unas cuantas líneas lo que tengo aquí en la cabeza.
– ¿Y qué tienes en la cabeza? – volvió a preguntar.
– Pues… pensamientos, ideas.
– ¡Qué bien!, con eso podemos hacer mucho.
– ¿Si?, ¿tú crees? -preguntó con vivo interés la niña.
– ¡Claro que creo!, pero dime, ¿te gusta el Otoño?
– Sí, pero prefiero el Verano.
– Entonces ¡hagamos volver el Verano!
– ¡¿Cómo?! – replicó la niña.
– ¡Muy fácil!, te lo explicaré. Limpiemos las hojas, coloquemos en la punta de aquel árbol un enorme sol de papel dorado, su reflejo iluminará más las hojas y en este parque será para nosotros ¡Verano!
La niña dudaba, no era fácil aceptar la propuesta de esta personita tan especial.
– ¡Hey, ayúdame! – le insistió.
Entonces limpiaron, acomodaron, alistaron, se encaramaron a la punta del árbol, ¡uf! Y al fin terminaron. Sus ojos no podían creer lo que veían… ¡Sí, realmente en su parque no se había retirado el verano! Y la niña encontró así a su tercera amiga que le hizo partícipe de su secreto: «Si tú puedes creer, todas las cosas son posibles al creyente. Con entusiasmo se plasman hermosos ideales, con osadía se acometen honrosas empresas y si tu quieres, puedes.» Desde ese día, la niña supo que nada es imposible para una persona profundamente comprometida.
Y llegó el invierno con su vaho de fío helado, pero la niña tenía calor dentro del pecho,. ¡tantas personas por conocer! ¡tanto mundo por recorrer!, ¡tantos proyectos por realizar! Se miró al espejo. Su carita antes pálida, ahora se tornaba sonrosada; su mirada sombría, ahora era vivaz; sus labios apretados, se entreabrían ahora en una sonrisa.
¿Quién la había transformado? La respuesta era indudable: ¡Sus amigas! Fue recordando la suavidad de su primera amiga… el alborozo de la segunda… la magia de la tercera… Y en su cuaderno de notas escribió: «LA AMISTAD ES UNA DULCE RESPONSABILIDAD.»
El ¡Tan, tan! de la puerta interrumpió sus reflexiones, miró por la ventana y ¡Oh, sorpresa!, ¡sus amigas allí! Abrió la entrada de par en par, se abrazaron fuertemente. ¡Qué feliz coincidencia!
La primera amiga cogió las manos de todas, comunicándoles su simpatía. La segunda amiga jugó a cambiarles de nombre. La tercera amiga las invitó a programar el maravilloso viaje que harían juntas. La niña respiró hondo, sonrió y sintió, por primera vez, la felicidad plena; es que la amistad había dado sus frutos, nunca moriría.
KITTY ALVARADO DE CAVA. – Trujillo, 1949
Profesora – Colaboradora de diarios y revistas. Directora de la Revista «Somos Mujeres».
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