En los albores de los tiempos contemporáneos, surgió la quebrada “La Cebruna” a la par del curso del río Jequetepeque, en una era en la que toda la costa se extendía como un vasto desierto plano.
Con el tiempo, “La Cebruna” se colmó de vida, acogiendo una rica diversidad de vegetación y fauna. Dentro de la flora, el algarrobo se erigió como especie predominante, formando un exuberante bosque, semejante al actual “cañoncillo”. En cuanto a la fauna, destacaron especies de la “megafauna” pertenecientes a la era terciaria.
Ya en la era cuaternaria, en la que nos encontramos actualmente, el bosque brindó refugio a zorros, auquénidos, pumas, águilas, serpientes e insectos, entre otras especies notables, así como a diversas especies migratorias. Todo esto conformó un ecosistema integral y sostenible.
Sin embargo, con el paso del tiempo, el bosque comenzó a ser invadido por grandes masas de arena eólica. A pesar de que la arena se apoderó de áreas significativas del bosque, el ecosistema de la quebrada logró perseverar, manteniendo su equilibrio biodinámico, en un testamento a las leyes inquebrantables de la madre naturaleza.
La llegada de los primeros humanos marcó un nuevo capítulo en la historia de “La Cebruna”. Esta fase se conoce como “PRE-CERÁMICA”. Los seres humanos se establecieron en las partes altas y desérticas de la quebrada, cerca del mar, con el propósito de utilizar el bosque como fuente de suministros de alimentos, tanto vegetales como animales, que, combinados con los productos marinos, resultaban en una dieta excepcionalmente rica en nutrientes. El uso del bosque y sus recursos se llevó a cabo de manera comunitaria.
Posteriormente, desde la etapa Cupisniquense hasta la etapa Inca, se intensificó el uso de los troncos de árboles para la construcción de viviendas, la fabricación de herramientas y la obtención de leña. Las áreas despejadas del bosque se destinaron a la agricultura, que ya había sido descubierta, aunque la extensión de los cultivos era limitada. No obstante, el bosque continuó siendo una fuente vital de alimentos.
Con la creación del puerto, la tala de árboles del bosque se intensificó aún más, con el fin de satisfacer la creciente demanda de madera para usos domésticos y comerciales. Paralelamente, se expandieron las áreas de cultivo, mientras que el bosque comenzó a menguar. A pesar de esto, se podría afirmar que aún se mantenía el equilibrio biodinámico en el ecosistema de la quebrada. También comenzó a establecerse la propiedad privada sobre este hábitat esencial.
Al llegar a la etapa republicana, y con la construcción del muelle y el ferrocarril, la ciudad de Pacasmayo empezó a erigirse sobre el lecho de la quebrada “La Cebruna”, buscando satisfacer las necesidades de la actividad portuaria. De esta manera, el bosque fue arrasado y su superficie comenzó a ser recubierta por capas de piedras, relleno y, finalmente, concreto, dando paso a un sistema artificial de interacciones socioeconómicas predominado por el ser humano. Cada vez nos alejamos más del equilibrio biodinámico forjado por la MADRE NATURALEZA para la convivencia milenaria de todas las criaturas que habitan este espacio. Actualmente, casi no quedan árboles y las áreas que no han sido urbanizadas han sido transformadas en campos de cultivo intensivo de arroz, una tendencia que se ha mantenido hasta los inicios del tercer milenio. La propiedad privada y el concreto han relegado a la quebrada “La Cebruna” a ser parte del desierto, complicando la supervivencia en ella para la mayoría de sus habitantes.
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