A NESTOR BATANERO

Como lucen las estrellas en la noche de los tiempos e 
iluminan a los mundos con raudales de esplendor, 
se destacan en el rumbo de los grupos y los pueblos 
grandes héroes, 
de hazañas y proezas que eternizan con acciones singulares, 
aureoladas con destellos de lo grande y lo inmortal. 
Son los hombres que vinieron con honor predestinado, 
desplegando con sus bríos triunfadores 
la hidalguía de la espada, la grandeza del talento, 
y la bélica potencia en los campos del honor. 
Son los grandes luchadores 
que dejaron su existencia positiva en cada época, 
en las altas epopeyas permanentes 
consagradas en las páginas más bellas de la Historia.

Entre estas figuras magnas de ejemplares magnitudes, 
insurgió un valiente, altivo y fuerte niño 
que ostentó su patriotismo con epónimo arrebato 
de ímpetus incontenibles, y deseos de luchar. 
Su presencia y su talento florecieron en los Andes. 
Educó sus sentimientos y adquirió conocimientos 
en los claustros centenarios del Colegio San Ramón. 
Se formó su alma en los llanos, las alturas y los valles 
de la heroica Cajamarca, la de belleza sin par. 
Forjó su ánimo sereno contemplando paisajes 
y aspiró del trueno airado la potencia irrebatible 
que hace temblar a las crestas de los Andes indomables.

Este niño. Este patriota extraordinario 
era Néstor Batanero, que a la edad de catorce años 
requería armas de fuego y un lugar en la contienda 
para luchar, valeroso por el honor ofendido 
de nuestra Patria humillada.

Tiene el gesto del que aspira ser un brazo más, vengando a 
su Perú invadido. 
En su rostro se perfilan el valor y la fiereza del soldado, 
y es un cóndor que se apresta 
para levantar el vuelo presuroso hacia la altura, 
con espíritu pletórico de ansiedades convincentes 
y evidencias inmediatas. 
Empinado en el umbral de su esperanza, 
el histórico destino de su estirpe va siguiendo. 
Siente el brío del guerrero 
que con paso apresurado se dirige al horizonte 
donde todo se define con la sangre 
que es edicto decisivo de vencido y vencedor. 
Mas, no obstante estas promesas singulares 
debido a sus pocos años 
acceder a su impetuosa vehemencia fue imposible 
y el jefe, con mandado en plaza, denegó su petición. 
Le fue permitido, en cambio, conducir el sacro emblema, 
en las rutas del deber.

¡La bandera! ¡La bandera! 
Para Néstor Batanero 
ella fue el premio anhelado, el valor más apreciado 
y el amor más venerable. 
Ese lienzo sacrosanto 
que al impulso de los vientos 
le envolvía entre sus pliegues cual los brazos de una madre, 
y entre caricias sedeñas 
le besaba, maternal. 
Néstor nació con un signo, singular y extraordinario 
como el grito de un destino: 
Ser el mástil palpitante, 
que sostuviera, ferviente, 
nuestra blanca y roja enseña, 
siempre enhiesta, siempre altiva, 
en los campos de batalla.

Era un lienzo flameante viva imagen de la Patria, 
que alentaba a los soldados que luchaban y morían 
en defensa de su honor. 
Néstor: Junto a su bandera. 
La seguía y avanzaba, contemplando fijamente 
su bicolor simbolismo. 
¡Cuántas veces le hablaría con la voz de su silencio! 
¡Cuántas veces, con fervor, le juraría 
que en la vida, y en el último peldaño de la muerte 
nunca la abandonaría! 
Defensor de la bandera. Siempre se encontró a su lado. 
La acompañó en los Reductos 
y en el Morro de Chorrillos, por salvarla del ultraje, 
envolvió su cuerpo en ella y rodó hacia la llanura, 
manteniendo inmaculados su majestad y su honor.

Luego, el espacio y el tiempo recorrieron dimensiones, 
y llegó la gesta heroica de San Pablo en Cajamarca. 
Bravo, joven y aguerrido Néstor Batanero Infantas, 
dominando el desconcierto que el inmenso poderío 
del invasor adversario, causó en las filas patriotas, 
con gran táctica y acierto, con siete hombres solamente, 
y en el puesto en que el Destino puso a prueba su coraje, 
se enfrentó en sangrienta lucha en el desigual combate, 
deteniendo el rudo avance del prepotente adversario, 
dando tiempo a que llegaran 
los refuerzos que sellaron la victoria de San Pablo.

Murió allí el intrépido héroe: 
Murió con el arma en ristre, sereno, altivo y de pie. 
Allí se consagró el héroe. El precoz cajamarquino, 
el guerrero adolescente, 
que nació con la bandera grabada en el corazón. 
Por eso, en justicia honrosa, 
aquella enseña sagrada a la que ofrendó su vida 
también lo buscó en la muerte, para cubrir su ataúd.

Detengamos un momento la emoción y la palabra. 
Recordemos la Victoria…!La Victoria! 
!Ya descienden frescos lauros a San Pablo! 
Avatares de la Patria ya despliegan sus pendones. 
Ya la gloria entre sus brazos a Batanero levanta. 
Pero él, antes de iniciar su vuelo, coge a su bandera amada, 
la iza sobre las alas etéreas de la Gloria, 
y la lleva, tremolando, siempre juntos, siempre unidos, 
ya por siempre inseparables, hacia el seno de lo Eterno.

En el centenario de la Batalla de San Pablo, 13 de Julio de 1882.

Del Libro “CAJAMARCA LA BELLA” Cajamarca-1982

IRENE PEREIRA DE VASQUEZ.- Cajamarca, 1904-1986 
Obras publicadas: “Cajamarca la Bella”, “Crepúsculos”. Obras inéditas: “Ecos del Alma”, “Miscelánea”, “Rimas al Viento”, “Pétalos”, “Armonías del Aula”, “El Niño en Escena”.

Sobre el Autor

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Este artículo ha sido seleccionado y parcialmente escrito e ilustrado por Inteligencia Artificial (AI) basado en noticias disponibles.

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