Los terremotos se miden de dos formas: magnitud e intensidad. La magnitud cuantifica la energía liberada durante el sismo, usando datos de sismógrafos. Es un valor único para cada terremoto. La intensidad, en cambio, describe los efectos en un lugar específico, basándose en daños y percepción humana.
La magnitud se mide con escalas como la de Richter y la MMS. La escala de Richter va de 1 a 10 y es logarítmica: un aumento de un punto significa 10 veces más amplitud. Sin embargo, tiene límites para terremotos muy grandes. La escala MMS no tiene esta limitación y mide mejor la energía total.
Para medir la intensidad, se usa la escala Mercalli Modificada (MMI), que va de I a XII. Esta escala evalúa cómo las personas y las estructuras experimentan el sismo. Un mismo terremoto puede tener diferentes intensidades según la distancia al epicentro y el tipo de suelo.
La magnitud es objetiva y no cambia, mientras que la intensidad varía según la ubicación. Por ejemplo, un sismo de magnitud 7 puede causar daños leves en zonas alejadas, pero destrucción cerca del epicentro. Entender esta diferencia es clave para la prevención y respuesta ante desastres.
Conocer ambas medidas ayuda a prepararse mejor. La magnitud alerta sobre la fuerza del terremoto, y la intensidad permite evaluar riesgos locales. Así, autoridades y ciudadanos pueden tomar decisiones informadas para proteger vidas y propiedades ante futuros sismos.
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