Cuando contemplo el cielo
Evoco tu frente y de tu ser el misterio.
Cuando aspiro el perfume de azules rosas
siento que comulgo su alma.
A veces desde mundos desconocidos
recojo su dulcísimo acento
musitando: «bien mío, estoy aquí».
Y, ¿sabes? Suena a canción de cuna
entre celajes de amores.
Pero, ¿por qué no te perciben mis ojos?…
Te fundes en la tibieza de un suspiro,
te ausentas en las brisas de un recuerdo.
Tu cristalina maternidad
se perenniza en el pródigo seno de la tierra,
tu llanto se cuaja hecho nube huidiza
para cubrirme luego
tornada lluvia de buen tiempo.
Y te haces eterna en la caricia del mar
y en la profundidad de su insondable grito.
Te cristalizas en las tibias sábanas de mil auroras
y en el verde encanto de tardes primaveras.
Y te vuelves nardo, rosa,
eres canto, eres perla,
agua, viento, sangre, fuego,
seda, hoja, paz, sonrisa.
Madre, madre, madre,
bendito pincel que plasmas a través del tiempo
amor, en el viejo lienzo de la vida.
Del Libro «Poemario» Aravicus-II. 1988
Fanny Amaya de Castro
Chulucanas
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