El Experimento de Tuskegee: Cuando permitimos que la ciencia funcione sin moral

A veces, los esfuerzos científicos pueden pasar por alto un principio fundamental: la ética. Un claro ejemplo de esto es el infame “Estudio de Tuskegee sobre la sífilis no tratada en el hombre negro”, realizado por el Servicio de Salud Pública de los Estados Unidos desde 1932 hasta 1972.

Este experimento, llevado a cabo en Tuskegee, Alabama, involucró a 600 hombres afroamericanos, 399 de los cuales padecían sífilis, una infección de transmisión sexual. A los individuos reclutados no se les informó sobre su participación en este estudio, ni sobre su enfermedad, tampoco se les ofreció tratamiento aún después de que la penicilina haya sido reconocida como una cura efectiva en 1947. En lugar de eso, los investigadores estuvieron más interesados en rastrear el curso de la enfermedad sin intervención.

El experimento de Tuskegee es recordado como un hito de la falta de ética en la investigación médica. Su revelación al público en 1972 provocó un escándalo nacional y llevó a importantes reformas en las regulaciones de la investigación con seres humanos. Específicamente, llevó a la creación de las comisiones de revisión institucional (IRB), que ahora supervisan todos los estudios que involucran a humanos en los Estados Unidos.

El experimento de Tuskegee subraya el peligro de permitir que la ciencia opere sin un control moral adecuado. La ciencia debe siempre beneficiar a la humanidad, nunca perjudicarla. En este caso, el deseo de adquirir conocimientos científicos se priorizó por encima de los derechos humanos de los sujetos de la investigación.

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Este artículo ha sido seleccionado y parcialmente escrito e ilustrado por Inteligencia Artificial (AI) basado en noticias disponibles.

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